
Detrás del todo el ruido que a causado a nivel nacional la exposición “Navajas”, de la artista plástica Rosa María Robles, se esconde el grito afónico de la sangre en el suelo, derramada por las víctimas tanto inocentes como culpables del crimen sinaloense.
El curioso que visite el MASIN (Museo de Arte de Sinaloa) no espere ver algo relacionado con las armas punzo cortantes que se mencionan en el nombre del proyecto, sino el crudo ejemplo del Art Grotesque, con el cual la creadora nos muestra una perturbadora visión de lo más bajo en la naturaleza humana, combinando despojos corporales humanos y animales.
La entrada al complejo nos recibe con una “Alfombra Roja”, consistente en 70 cobijas que nos guían hasta la segunda planta, donde al final de la escalera hay un espejo adherido a una mampara blanca con una minúscula inscripción en papel a lado. Al acercarse a leer la disimulada leyenda, nos encontramos que las últimas 12 cobijas que en ese momento pisamos y nos rodean, son auténticas mortajas de los tristemente famosos “encobijados” que constantemente aparecen a la vera de las carreteras y otros terrenos inhóspitos de la entidad.
El hedor a muerte cala en las fosas nasales mientras notamos bajo nuestros pies una orografía desigual de manchas sanguinolentas que van del marrón al carmín apagado. Avanzamos a la sala de exhibición donde flanqueando la entrada hay dos platos con ojos de res en párpados de avestruz servidos pulcramente bajo una vitrina, que reciben al visitante en la torcida visión de la artista taha de una aún más torcida realidad.
Sobre una cama ensangrentada descansan piezas disecadas de avestruz que insinúan los cadáveres que una vez yacieron ahí, y junto a ellos en la cuna vacía unas alas de la misma ave adheridas a los costados insinúan la ausencia del pequeño que una vez también los acompañó en la desgracia.
De ahí una serie de aberraciones bio-metálicas se yerguen en una bizarra guardia, hacía el cenit delirante de la muestra. Los seres se forman por muebles de baño, principalmente orinales y lavamanos, y embalsamados trozos de avestruz.
Doblando un pasillo aparecen prendas de vestir y falos de goma por doquier. La obsesión oscura del ser humano por la muerte y lo más turbio de la sexualidad se aúnan en un frenesí sórdido, ante nuestra vista consternada.
Ropa de infante, principalmente de niña, cuelga del techo en hilos plásticos atravesada por los dildos en donde estarían las zonas erógenas, mientras lenguas de res desecadas parecen lamer otras en la misma situación libidinosa. El tráfico y explotación corporal infantil se hace presente.
A nuestra derecha la polémica “Está miando fuera de la bacinica” se mantiene parada en una esquina. Dicha instalación consiste en la ropa sangrienta de un cadáver por cuyo cierre del pantalón sale un pene plástico que pretende orinar a lado de una bacinica de peltre en el suelo. Justo frente a nosotros botas militares con más dildos a la usanza de un espolón en los talones, se esparcen en el piso tiradas o penetrando cascarones de huevos de avestruz. Junto, piezas de lencería dejan salir por donde las partes pudorosas se cubrieran, las mandíbulas de un cocodrilo y un tiburón respectivamente. Enfermedades veneras que aguardan con las fauces hambrientas de puntiagudos colmillos.
También el piso una maleta que en la inauguración contenía un bebé, ícomo del trafico infantil, de órganos y de espantosa historia del pequeño asesinado cuyo cuerpecito fue rellenado de drogas, para su transporte en avión que aconteció a finales de los años ochenta. Sobre la valija pende una toalla femenina rellena de marihuana… un clásico de los trucos en el negocio más próspero del estado.
Entre varios escusados de porcelana rotos en el piso hay uno que contiene un feto humano con todo y placenta flotando en formol como simbolismo de los abortos clandestinos y el desperdicio de vidas humanas. La visita termina con dos fotografías al tenebrismo, en la que tres personas se presentan en un fondo negro. La primera junto a la puerta de salida es un niño de aspecto humilde vestido sólo con un short sucio que sostiene un feto envasado en una garrafa, que simboliza un hermano perdido por la ira de un padre violento sobre una madre abusada. La segunda imagen es la propia autora en una actitud mariana, completamente desnuda, parada sobre un retrete, con una cobija de las ya mencionados a manera de manto, con un gesto de dolor, sosteniendo en cada maño los arrancados y velados ojos de un cadáver ajusticiado, que proveyó en su momento con su propio envoltorio al alfombrado que nos recibió.
Complementando a lo que se presenta en el suelo y la sala de exhibición, nos encontramos con una instalación en contra de las vejaciones para los indigentes, consistente en una mampara con una leyenda alusiva, y palos para escarnirlos. Y del los balcones cuelgan pendones al estilo medieval, formados cada uno con 75 billetes de dólar, que representan el único y verdadero poder que el narco y muchos otros respetan y persiguen.
Nota final: Al punto que éste escrito se termina
En respuesta al retiro de las piezas la creadora derramó su propia sangre en una bacinica y creo manchas sobre un cobertor blanco, como protesta y representación. Para comprobar el hecho escribió con gruesas letras negras su acción el la mampara y colocó un video en circuito continuo, del momento en que un para medico le colocaba una sonda en la vena que termina en el cómodo de peltre.
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